viernes, 30 de noviembre de 2012

Teléfono rojo contra el demonio

Mi más sincera enhorabuena a monseñor Angelo Scola, arzobispo de Milán y, según dicen, uno de los más firmes candidatos a suceder a Benedicto XVI en la silla de Pedro.

Seguro que monseñor Scola recibirá su recompensa en el Cielo por ser valiente y consecuente con un dogma de fe contenido en los Evangelios, como es la existencia del demonio y la necesidad de combatirlo hoy más que nunca.

¿Qué ha hecho Scola? El diario El País lo cuenta hoy mismo: "Ha multiplicado por dos la plantilla de exorcistas de su diócesis —de 6 a 12—y ha instalado una centralita para atender a los posibles endemoniados".

Ojalá que su ejemplo cunda en una archidiócesis como la de Madrid, huérfana por completo de exorcistas. Remito  al lector a mi artículo titulado explícitamente "Se busca exorcista". Todavía sigo recibiendo correos cada día de personas afectadas por el Maligno que han leído mi libro Así se vence al demonio (LibrosLibres) y me piden que les ponga en contacto con algún exorcista que les colme de bendiciones.

jueves, 18 de octubre de 2012

La dictadura del odio

Publicado en Religión en Libertad
Dicen que el hombre tropieza siempre en la misma piedra, y por desgracia así es. Los españoles en particular somos incapaces de aprender de nuestra propia historia, por reciente que ésta sea, para impedir que se repita lo más ominoso de ella.

Ayer, sin ir más lejos, una caterva manipulada de menores de entre 15 y 17 años irrumpió por la fuerza en el colegio salesiano María Auxiliadora de Mérida al grito de “¡Dónde están los curas, que los vamos a matar!”. Tildaron a los profesores del centro de “putos fascistas”, y la emprendieron a golpes contra una maestra, hiriéndola de consideración, mientras pugnaban por retirar los crucifijos de las aulas. Si supiesen la encomiable labor del salesiano Juan Bosco con tantos millares de jóvenes tan necesitados de amor como ellos, que le mereció un puesto destacado en los altares, tal vez hubiesen actuado de otro modo… Hasta aquí los hechos luctuosos más recientes.

Recuerdo, a este propósito, la advertencia que me hacía don Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano, cuando charlábamos en Roma sobre el maligno, a propósito de mi libro Así se vence al demonio (LibrosLibres):
 
-José María, nunca olvides que el demonio siempre crea divisiones: quiere ver cómo nos destruimos, está detrás de las guerras, del odio, del sufrimiento, de la desolación, de las persecuciones contra los cristianos, quiere hacernos morder el polvo para desesperarnos y que seamos incapaces de dar y recibir amor…
 
“Todo es un juego de Amor”, le gustaba repetir al Padre Pío de Pietrelcina. Y amor es, por desgracia, lo que más falta nos hace hoy. Amor, caridad, solidaridad, respeto… y piedad. La misma que no tuvieron el 20 de julio de 1936 con el administrador apostólico de Barbastro, Florentino Asensio Barroso, a quienes los milicianos mutilaron sus genitales con un cuchillo de caza para introducírselos en la boca mientras se jactaban como fieras: “Así podrá comer cojones de obispo”.

De la Historia, como digo, deberíamos aprender todos. Especialmente hoy, que hemos renegado de las raíces cristianas de Europa en la propia Constitución y nos enfrentamos en España a profanaciones de iglesias y últimamente también de colegios religiosos. En España reina hoy, una vez más, la división; igual que hace más de 75 años. Al exacerbado independentismo catalán y vasco se suman ahora otros actores del 36, como algunos comunistas, socialistas aprovechados, anarquistas o sindicalistas, quienes, lejos de arrimar el hombro para salir de una de las situaciones más críticas de España en toda su historia reciente, se refocilan ahora jaleando el odio, la violencia y la división. Vade retro, Satanás…

lunes, 17 de septiembre de 2012

Artillería mariana

Muchos católicos ignoran aún el inmenso poder del escapulario de la Virgen del Carmen. Nuestra Santísima Madre prometió a todos los que lo lleven impuesto preservarles del fuego del infierno y, en caso de hallarse en el purgatorio, liberarles el primer sábado después de su muerte. Casi nada…

Publicado en religionenlibertad.com
Por eso mismo, fomentar la devoción a este bendito escapulario (del latín “scapulae”, que significa “hombros”) es un elemental acto de caridad y justicia con el prójimo.

Con razón, el Papa Pío XII advertía: “No se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen”. La vida eterna…

Impuesto por un sacerdote, el pequeño escapulario de paño de lana, marrón o negro, constituye, insisto, un poderoso sacramental; un signo sagrado, inspirado como tal en los sacramentos, de la consagración a María y de la confianza en su protección maternal.

El beato Juan Pablo II destacaba así su inusitado valor: “El rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, mediante la difusión del santo escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia”.

 La monja carmelita Santa Maravillas de Jesús también proclamaba su eficacia, aconsejando “que se pongan el santo escapulario, prenda de salvación, para que no se le pierdan tantas almas a mi Cristo que las quiere salvar por medio de su Madre”.

¿A qué esperan entonces tantos cristianos para pertrecharse con un arma tan eficaz contra las malas influencias?

PD: Para más información, remito al lector al espléndido libro Camino Eucarístico. Camino de Salvación y Santidad, del que son autores José María y Rocío, y que puede solicitarse en la dirección caminoeucaristicocsys@hotmail.com

lunes, 20 de agosto de 2012

La conversión de León Tolstoi

Publicado por religionenlibertad.com León Tolstoi, uno de los grandes novelistas de todos los tiempos, confesaba al principio de su existencia: “Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado”.

La profunda desazón del autor de Guerra y Paz, tras recorrer infructuosamente los bosques del conocimiento humano (ciencias, filosofía y artes) en busca de una explicación a su existencia, a punto estuvo de conducirle inexorablemente al suicidio en el cenit de su vida, cuando ya era rico y célebre en todo el mundo.

Una antigua fábula oriental contaba la odisea de un viajero amenazado en la estepa por una bestia furibunda. Para escapar de ella, el hombre saltaba a un pozo y lograba agarrarse a las ramas de un arbusto salvaje que crecía entre las grietas. Pero los brazos empezaban a debilitarse y él sabía que en algún momento caería al abismo de la muerte. Mientras se aferraba a la vida, reparó en que dos ratones comenzaban a roer el tronco, siendo consciente de que su destino le conduciría finalmente hasta las fauces del dragón.

Entre tanto, el hombre se consolaba lamiendo las gotas de miel que hallaba sobre las hojas del arbusto. Pero pronto esa sensación dulce y placentera, propia del epicúreo (comer, beber, dormir…), se transformó en un amargo regusto incapaz ya de distraerle de su trágico destino: el dragón de la muerte.

La razón llevó a Tolstói, en efecto, como a muchos otros hombres, a la conclusión de que la vida era absurda.

Sólo cuando el escritor empezó a mirar hacia arriba, mientras permanecía suspendido de las ramas de la vida, logró liberarse del miedo.

Sobre su cabeza halló entonces el sustento de una robusta columna. Ese pilar salvador no era otro que la fe en Dios; o como la definía el propio Tolstoi: “El conocimiento del sentido de la vida humana, gracias al cual el hombre no se aniquila, sino que vive”.

Quien se engaña a sí mismo, tarde o temprano acaba desengañándose para bien o para mal. Y en España, hoy más que nunca, también es necesario Dios.

lunes, 6 de agosto de 2012

Tomás Gómez y el Opus Dei


No soy miembro del Opus Dei, pero estudié en un colegio que es obra corporativa suya y completé mi formación universitaria en Navarra, que también pertenece a esta prelatura. Tengo amigos del Opus Dei y otros muchos que no lo son; he leído las obras de referencia del fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, un pedazo de santo elevado a los altares nada menos que por Juan Pablo II, en 2002; conozco a un taxista que pertenece a la prelatura, y traté también en vida al banquero Luis Valls Taberner, que en Gloria esté…
 
San Josemaría Escrivá de Balaguer encarnaba, como los grandes santos, la naturalidad de lo sobrenatural. Era de una humildad proverbial, como enseguida veremos: “No eres humilde cuando te humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por Cristo”, le gustaba repetir.
 
Me duele por eso, aunque yo no pertenezca al Opus Dei, insisto, que un “demócrata” trate de calumniar con o sin conocimiento de causa a una prelatura aprobada y amada por la Iglesia que de “secta”, como la califica Tomás Gómez, tiene lo mismo que él de progresista, tolerante o católico ejemplar; o sea, nothing, y perdón por el anglicismo.
 
Al Opus Dei, como digo, debo gran parte de mi formación académica y humana. Sus miembros son personas corrientes en el más estricto sentido del término: desde taxistas o repartidores de butano, que los hay, hasta ilustres empresarios y banqueros, pasando por abogados, médicos, arquitectos, ingenieros, economistas, filósofos, historiadores… Cada uno de su padre y de su madre, pero todos ellos, al fin y al cabo, hermanos en Cristo, cuya ligazón es infinitamente más fuerte y sólida que la sangre incluso.
 
Traigo por eso ahora a colación una anécdota real como la vida misma, referida por monseñor José López Ortiz, antiguo obispo de Tuy-Vigo, que me conmovió al leerla por primera vez, hace ya algunos años.
Don José López Ortiz había conocido a San Josemaría en la Universidad de Zaragoza, en junio de 1924. En 1936 le oyó hablar del Opus Dei por primera vez; y en septiembre de 1976, un año después del fallecimiento del fundador del Opus Dei, dejó escrito su testimonio como si barruntase ya que algún día se iniciaría su proceso de beatificación.
 
Concluida la Guerra Civil, don José Ortiz recibió un documento político en el que se calumniaba de manera atroz a Escrivá de Balaguer. Le pareció un deber llevarle el original, que le había dejado un amigo suyo: los ataques eran tan fuertes que, mientras el fundador del Opus Dei leía con calma esas páginas en su presencia, no pudo evitar que se le saltasen las lágrimas.
 
Cuando San Josemaría terminó la lectura, al ver la pena de su amigo, se echó a reír y le dijo con heroica humildad: “No te preocupes, Pepe, porque todo lo que dicen aquí, gracias a Dios, es falso; pero si me conociesen mejor, habrían podido afirmar con verdad cosas mucho peores, porque yo no soy más que un pobre pecador, que ama con locura a Jesucristo”.
 
Y, en lugar de romper esa sarta de insultos, le devolvió los papeles para que su amigo los pudiera dejar en donde los había cogido: “Ten –le dijo-, y dáselo a ese amigo tuyo, para que pueda dejarlo en su sitio, y así no le persigan a él”.
 
Tomás Gómez debería saber que, para ser humilde, es preciso ser veraz.