lunes, 6 de agosto de 2012

Tomás Gómez y el Opus Dei


No soy miembro del Opus Dei, pero estudié en un colegio que es obra corporativa suya y completé mi formación universitaria en Navarra, que también pertenece a esta prelatura. Tengo amigos del Opus Dei y otros muchos que no lo son; he leído las obras de referencia del fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, un pedazo de santo elevado a los altares nada menos que por Juan Pablo II, en 2002; conozco a un taxista que pertenece a la prelatura, y traté también en vida al banquero Luis Valls Taberner, que en Gloria esté…
 
San Josemaría Escrivá de Balaguer encarnaba, como los grandes santos, la naturalidad de lo sobrenatural. Era de una humildad proverbial, como enseguida veremos: “No eres humilde cuando te humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por Cristo”, le gustaba repetir.
 
Me duele por eso, aunque yo no pertenezca al Opus Dei, insisto, que un “demócrata” trate de calumniar con o sin conocimiento de causa a una prelatura aprobada y amada por la Iglesia que de “secta”, como la califica Tomás Gómez, tiene lo mismo que él de progresista, tolerante o católico ejemplar; o sea, nothing, y perdón por el anglicismo.
 
Al Opus Dei, como digo, debo gran parte de mi formación académica y humana. Sus miembros son personas corrientes en el más estricto sentido del término: desde taxistas o repartidores de butano, que los hay, hasta ilustres empresarios y banqueros, pasando por abogados, médicos, arquitectos, ingenieros, economistas, filósofos, historiadores… Cada uno de su padre y de su madre, pero todos ellos, al fin y al cabo, hermanos en Cristo, cuya ligazón es infinitamente más fuerte y sólida que la sangre incluso.
 
Traigo por eso ahora a colación una anécdota real como la vida misma, referida por monseñor José López Ortiz, antiguo obispo de Tuy-Vigo, que me conmovió al leerla por primera vez, hace ya algunos años.
Don José López Ortiz había conocido a San Josemaría en la Universidad de Zaragoza, en junio de 1924. En 1936 le oyó hablar del Opus Dei por primera vez; y en septiembre de 1976, un año después del fallecimiento del fundador del Opus Dei, dejó escrito su testimonio como si barruntase ya que algún día se iniciaría su proceso de beatificación.
 
Concluida la Guerra Civil, don José Ortiz recibió un documento político en el que se calumniaba de manera atroz a Escrivá de Balaguer. Le pareció un deber llevarle el original, que le había dejado un amigo suyo: los ataques eran tan fuertes que, mientras el fundador del Opus Dei leía con calma esas páginas en su presencia, no pudo evitar que se le saltasen las lágrimas.
 
Cuando San Josemaría terminó la lectura, al ver la pena de su amigo, se echó a reír y le dijo con heroica humildad: “No te preocupes, Pepe, porque todo lo que dicen aquí, gracias a Dios, es falso; pero si me conociesen mejor, habrían podido afirmar con verdad cosas mucho peores, porque yo no soy más que un pobre pecador, que ama con locura a Jesucristo”.
 
Y, en lugar de romper esa sarta de insultos, le devolvió los papeles para que su amigo los pudiera dejar en donde los había cogido: “Ten –le dijo-, y dáselo a ese amigo tuyo, para que pueda dejarlo en su sitio, y así no le persigan a él”.
 
Tomás Gómez debería saber que, para ser humilde, es preciso ser veraz.

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